Hace
unos días, recibí una invitación para asistir a un evento literario, organizado
por Ediciones Atlantis, un viernes por la tarde.
Imposible,
pensé, ya que todas mis tardes están ocupadas, irremediablemente, de lunes a
viernes. Pero, increíblemente, se alinearon unos cuantos planetas para que,
justo ese viernes, lo tuviera libre.
Volví,
entonces, a leer el título: Diario de a bordo de un padre primerizo.
¡Uf!...
El
título apuntaba a una temática fuera de mis actuales gustos literarios, más
orientados a la novela negra, a la fantástica o a la gráfica. A pesar de ello,
decidí acudir al evento, que se celebraba en la librería Centro de ArteModerno, en Madrid.
Primero,
hablaron los presentadores: como siempre, alabaron la obra y al autor.
Y
al final, intervino el autor: J. D. Álvarez, o como a él le gusta que le
llamen, Jota.
Al
terminar, le tocó el turno a la firma de ejemplares. Yo, mientras Jota los
dedicaba, ojeé el libro que había adquirido previamente en la librería.
Doscientas páginas, letra hermosa y muy espaciada y capítulos breves… Bueno, lo
peor que me podría suceder era que lo dejara en la página 10. Ese es el límite
máximo que me impongo para continuar o no con las historias que no me atraen; hay
demasiados libros como para perder el tiempo en uno que no me interesa.
Así
que, lo empecé.
Cuando
Jota acabó de firmar todos, excepto el mío, habían transcurrido unos minutos.
En ese tiempo, yo había leído hasta la página 62.
Sorprendente.
En
la semana siguiente, en dos tirones, lo terminé.
El
tema se correspondía con el título: Diario de a bordo de un padre primerizo. Ni
más ni menos.
Independientemente
de las anécdotas que Jota refería, yo me identifiqué con esos, para mí,
personajes, no personas, que protagonizaban las escenas. Obvio, yo también fui padre
primerizo.
Se
pueden destacar muchos aspectos de este libro: las sensaciones placenteras al
formar una familia, la percepción del paso inexorable del tiempo, la ingenuidad
perdida de la infancia… Sin embargo, yo prefiero quedarme con un punto
altamente gratificante: este libro es un oasis. En este siglo tan preocupado
por la tecnología, tan lleno de noticias catastróficas, tan deshumanizado, en
el que los autores, yo incluido, pretendemos desgarrar los corazones de nuestros
lectores con historias truculentas, en este siglo, repito, Jota nos ha regalado
un verdadero oasis.
Y,
por eso, te digo, Jota: gracias.
Y
gracias, sobre todo, a los planetas, porque sé que si os alineasteis ese
viernes, fue para darme la oportunidad de darme un baño en ese oasis.
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